Insensible hijo de puta
Cuando estaba en segundo grado, tenía un compañerito increíblemente molesto, de ésos que solo existen para irritar a todos en el aula, de nombre Nahuel.
Uno de los últimos días de clase, en que estábamos en el patio del colegio después de hora esperando a que terminara la reunión de padres de fin de año para que nos llevaran a casa, yo salía del baño y él, en uno de sus ingeniosos intentos por llamar la atención de la peor forma posible, se paró en medio de la puerta con los brazos extendidos decidido a no dejarme salir.
La solución que mi infantil e iracunda cabecita encontró al inconveniente que se me presentaba, después de ver que pidiéndole que me dejara pasar no conseguía nada, fue un golpe a puño cerrado [¿cross?] en el medio de la nariz del pequeño Nahuel.
La historia obviamente termina con él llorando y yo saliendo del baño sintiéndome realizado.
En los años venideros, lejos de recordar el episodio como una muestra de violencia injustificada y falta de comprensión para con el pobre Nahuel, que seguramente debía tener una vida familiar bien jodida para haberse convertido en semejante hinchapelotas a tan temprana edad, fue siempre rememorado por mí como un ejemplo de determinación a la hora de poner en su lugar al chiquillo que tanto volvía locos a todos.
El mismo esquema, aunque un tanto más complejo, es aplicable a todos y cada uno de los choques y agresiones en las relaciones humanas: Nadie se preocupa por lo que hay detrás del enfrentamiento particular del momento, nos concentramos en los síntomas y no nos importan ni un poquito las causas que los provocan.
Nadie entiende a nadie.
Por supuesto que no es posible sentarse a discutir sobre su falta de afecto y contención social con el tipito que amenaza con cagarme a tiros si no le entrego todo lo que tengo encima ya mismo, en esa situación, lo más lógico es correrlo y darle de a patadas en el puente para recuperar mi bolso [xD]. Pero sin llegar a extremos tan ridículos, pienso que es realmente bueno poder conservar la calma en esos momentos en que nos sentimos agredidos y detenernos a intentar solucionar el problema, en lugar de tratar de "ganar" la pelea, dejando al agresor lo más mal parado posible.