lunes, noviembre 08, 2004

Colective Soul

La de chofer de colectivo debe ser una de las profesiones más feas y difíciles que conozco.

Como si no fuera suficiente con la atención permanente que tienen que prestarle a lo que hacen, la incomodidad y el desgaste físico de su trabajo, el calor que sufren durante todo el día en verano y la absoluta imposibilidad de tomarse unos minutos libres o siquiera ir al baño si así lo necesitaran en algún momento; tienen que tratar también con personas en sus peores estados emocionales.

La verdad, no sé quiénes serán más difíciles de soportar, si los pasajeros malhumorados a causa de su rutina diaria que viajan durante la semana o los borrachines que tiran botellas contra las ventanas del colectivo si no los dejan viajar gratis [sh, estuve en un episodio así, con vidrios volando sobre mi cabeza, y tengo entendido que son bastante comunes...] los fines de semana.

Pero bueno, la idea de este post [si es que existe tal cosa] no era listar todos los contras de la profesión sino dar a conocer uno bastante particular, que probablemente muy pocos hayan notado, el cual descubrí esta mañana cuando subí a un 166 que rebalsaba de gente, en el que tuve que viajar durante varias cuadras parado en la escalerita de acceso al colectivo.

Mientras estaba ahí, bastante cómodo por cierto para estar viajando parado, con mucho espacio [todo el escalón para mí, eeepa] y una ventanilla gigante que casi me hacía sentir como si estuviera al aire libre en lugar de en el peor colectivo rebalsante de gente, me detuve a observar a las personas en las paradas y noté cierta situación que se repetía una y otra vez: veían venir el colectivo de lejos, levantaban la mano para intentar detenerlo, mantenían el gesto hasta que casi llegábamos hasta ellos, y unos metros antes, se podía ver una clarísima expresión de decepción en sus caras cuando tomaban consciencia de que el colectivo no iba a detenerse para dejarlos subir.
No había lugar para ellos, a seguir esperando.

Y bueno, a esa observación quería referirme como otra molestia con la que tienen que convivir los pobres señores colectiveros: la infelicidad que generan y presencian en sus potenciales pasajeros cuando el colectivo viene lleno y no pueden dejarlos subir y cumplir así con su trabajo.

Y oK, podrán decir que es una estupidez, y que incluso es probable que hasta disfruten de su oportunidad para cobrar venganza contra sus odiosos usuarios. Pero sh, un ambiente de trabajo feliz es más que importante y puede llegar a condicionar mucho el estado de ánimo de uno y el nivel de agrado o desagrado que le produce su trabajo, y ver un desfile de caras de decepción y desaprobación no creo que sea nada bonito...