martes, mayo 31, 2005

Los árboles mueren de pie

Dentro de las categorías de personas que existen entre quienes llenan los transportes públicos, a mí me gustaría poder ser de los que leen. Y es que miro a mi alrededor sentado en el colectivo, y veo a un montón de pobres tipitos atrapados en la tarea de llegar a destino de la forma más barata posible, perdiendo una parte importante de su vida todos los días encerrados en un gran tupper con ruedas, y en medio de toda esa infeliz masa de gente, las personas que invierten ese tiempo en leer parece que brillaran. Desentonan con el entorno gris.
Y uno los ve y se da cuenta de que están en otro lado. Su cabeza está volando vaya uno a saber por dónde, y te das cuenta de que encontraron la forma de escapar de ese momento desagradable en el que todos los demás estamos sumergidos.

Pero bueno, no. Un no rotundo es el que me dio mi naturaleza al sentenciar que cada vez que fijo la vista en un texto dentro de una gran cosa en movimiento, me siento horriblemente, me mareo, me duele la cabeza y todo se vuelve una gran porquería.
y bueh...
Es así que terminé cayendo en la categoría de "gente que duerme". Y sea la hora que sea del día, si logro sentarme en un transporte público, me dedico a dormirme la mayor parte posible del viaje.

Y así estaba el viernes pasado bien temprano, yendo camino al trabajo en el 106, escuchando música de mi reproductor de mp3 para tapar los ruidos de ciudad, cuando de repente me desperté y vi una imagen que me impactó.
No fue nada nuevo, de hecho, es algo demasiado común. Pero era una de esas cosas a las que estamos tan acostumbrados, que dejamos de fijarnos en ellas. Y pup, probablemente por mi estado de consciencia alterado por el sueño, mi atención se concentró en eso y la imagen que veía me llegó demasiado.

El colectivo justo doblaba una esquina, y cuando abrí los ojos, miré los árboles que había en las dos veredas de la calle que acababa de abandonar. Parecían atrapados en medio de la ciudad. Como si los mínimos cuadraditos de tierra que los rodeaban y los separaban del entorno gris que tenían alrededor, fueran jaulas que los mantenían en exposición. Arboles convertidos en adornos. Se veían como seres vivos esclavizados. Como lo que son, bah.
Y no sé, en ese momento, me parecían tener personalidad, o casi consciencia. Una consciencia sometida. Como si ese aprisionamiento urbano hubiera doblegado una voluntad que alguna vez tuvieron y los mató en vida, los esclavizó. Pero al mismo tiempo que se daban por vencidos frente al inevitable sometimiento a los humanos, no podían evitar demostrar el desprecio hacia el medio que los rodeaba, y toda la hilera de árboles que podía ver en ese momento y todos los que observé durante el resto del viaje hacían lo mismo: se inclinaban hacia la calle, como en señal de rechazo hacia los edificios que formaban la ciudad que los había esclavizado, o como haciendo causa común entre ellos, llegando a tocarse las ramas unos a otros.

Y oK, ya sé que hay un montón de explicaciones científicas con respecto al por qué de esa forma que adoptan los árboles. Obviamente se alejan de los edificios para optimizar la exposición a la luz solar. Hasta mi eternamente pequeña Anacleta hace lo mismo. Pero bueno, ¿no es esa otra forma de decir lo mismo? La ciudad les quita la luz, les quita la tierra, y la libertad. Y ellos tratan de escaparle, por más inútil que sea, para estar un poco mejor. Y terminan así, encorvados, proyectando una imagen tristísima de sometimiento y al mismo tiempo rechazo al orden urbano.

Estuve un rato largo observando árboles, con una sensación rara entre tristeza y asombro, agudizando esa lente mental con la que los miraba. Hasta que en algún punto del viaje, no sé por qué, se me dió por mirar de nuevo adentro del colectivo... Y pup, ahora fue otra imagen la que me impactó, aunque se sentía como si fuera la misma. La gente, adentro del colectivo, se veía demasiado parecida a esos árboles. Encorvados y sometidos, mirando hacia la nada por las ventanillas, como intentando olvidarse de dónde estaban parados. Todos atrapados en su pequeño cuadradito de espacio. Solamente los que leían y los que dormían desentonaban en esa uniformidad.
Así que cerré los ojos y seguí durmiendo.
Creo que me asustó lo que veía...

jueves, abril 14, 2005

Pasado por agua

Mirás a tu alrededor y todo es gris.
Mitad de semana, de noche, llueve. El colectivo de adelante se quedó y éste no podría estar más lleno. Estás parado, porque claro ¿cómo no vas a estarlo si vos ibas en el de adelante?
Venías adentro de tu cabeza, como siempre, en tus cosas, y de repente te ponés al tanto de todo eso. Miraste alrededor tuyo y fue uno de esos momentos en los que no ves como siempre, sino que ves como con tacto, como sintiendo algo que hay atrás de las cosas que no se puede ver.
Observás toda la escena en su conjunto, como chupándole la esencia y sumergiendo tu cabeza en una pileta de entorno. Y sentís que esos cuerpos que están ahí son personas, pero que las personas no son cuerpos. Porque esos cuerpos que ven los ojos están mojados, y cansados, algunos doloridos, casi todos con olor a gente de colectivo, y son la forma que tienen de manifestarse las personas que llevan adentro, pero en realidad no son eso.
En el colectivo es especialmente notable esa cosa [de hecho no es la primera vez que te das cuenta]. Suponés que es porque la gente mira fijo a la nada. Es como que desenchufan el cuerpo, o por lo menos lo dejan en piloto automático, y se dedican a pensar. Pensás que son más ellos haciendo eso. Y entonces notás que un señor se rasca la nariz para asegurarse de que el cuerpo le sigue respondiendo. O por ahí es respuesta al cuerpo que pica porque quiere volver a ser protagonista.
Y pup, el señor te robó la escena general, y te obligó a concentrarte en las particularidades de nuevo, en los detalles grises que se combinan para crear el contexto. Ahora mismo, en las personas.
Y retomando la visión de antes, notás que están mojados y que dan una imagen de suciedad, de cansancio, de incomodidad, y de todo tipo de sensaciones en ese mismo tono. Una mujer es gorda, otra está arrugada, un tipín es feo, y otro está como apagado. Y seguro que ellos están al tanto de todo eso, probablemente el apagado sea el menos consciente, pero los otros seguro piensan mucho en su grisedad. Y no entendés por qué, porque ellos son personas adentro de cuerpos, y se creen cuerpos que crean personas.
Y eso los lleva a apagarse, como el otro tipito. Te preguntás qué habrá sido lo que lo apagó a ese.
Porque claro, el que no tengas ni un poquito de misticismo en tus ideas, no quita que reconozcas lo mágico de que existan las personas con sus personalidades y sus cabezas que pueden pensar. Y en realidad, toda esa cosa del alma en la que no creés, te parece una metáfora bastante imaginativa de algo que está ahí. La esencia de las personas. La sinapsis de las neuronas. El ser inmaterial que maneja sus cuerpos como por un joystick, ajeno a ese cúmulo de células con las que juega el tiempo dándoles una forma medio ideal para después deformarla hasta que no queda nada.
Te acordás de que era bastante lindo creer en eso, muy poético, fantasioso, o algo. Pero no lo extrañás tampoco, en realidad. Más bien te preguntás por qué la gente hace eso, de inventar cuentos, de preocuparse por arrugas, de no saberse dependientes de ese cuerpo, pero a la vez diferentes de él, separados, otra cosa.
Y en realidad es así con todo. Lo necesitás, lo querés, te gusta, lo disfrutás, te hace feliz, y te creés parte, unido e inseparable. Y estás convencido de que el chiste estaría en lograr disfrutarlo con toda y a la vez estar preparado para que se derrita, desapegado. Convencido pero bien que no te sale. O te sale, pero muy poquito. O creés que te sale pero muy poquito.
Todo es tan gris. Y pesado. La vida te pesa en los pulmones y te sentís uno más del contexto, fusionado con la humedad de la noche lluviosa, empalagoso y sin tener la menor idea de qué es lo que rellena tu vida.
Suerte que te pusiste los auriculares hace ya varios minutos, porque es lo único que puede masajear y quizás hasta deshacer el nudo en tu estómago. Brian Molko te canta "English Summer Rain" al oído y entre la sonrisa que te saca acordarte de esa vez que la escuchaste y que también llovía, y la alegría que siempre da empezar a mover ciertos pedacitos de tu cuerpo siguiendo el ritmo, te da la sensación de que ya no sos parte del paisaje gris. Y en realidad sí, sólo que de un gris algo más alegre. Porque seguís apegado a una arruga material, sólo que la tuya es aire vibrando en tus oídos de forma agradable, y lo único que te diferencia es que sos un poco más vivo y elegís en qué arruga fijarte según te convenga. Pero en definitiva, eso que te diferencia es lo que te hace lo mismo que todos. Pero bueno, ni que importara ¿no? Elegiste bien y ya.
Pensás en el hermoso [o eso dicen los que lo leyeron] libro que tenés en el bolso.
En que al final del camino te esperan un montón de comodidades que en contraste con esto se van a disfrutar tanto...
En tocar el piano, y por ahí jugar quake.
En que seguro no te vas a poder aguantar y antes de irte a dormir vas a tener que llamar a la tipita de la que estás enamorado para decirle un montón de cosas irrelevantísimas que al resto del mundo no podrían importarle menos, pero que ella cuando las escuche se va a reír, y cuando ella se ríe no existe resto del mundo, porque su risa es el mundo para vos.
Y pup otra vez, y no podés creer por donde anda tu cabeza. Estaba embarrada y ahora está volando. Y por ahí te vendría bien fumar solo algún día, ya que cuando lo hiciste volaste mucho, pero nunca tenés ganas solo. Ahora estás solo y estás volando, no es lo mismo, pero tu mente está igual de libre.
Y entonces empieza un nuevo tema reconocible, cambió la banda hace rato ya y ahora es la tipita de los Yeah Yeah Yeahs la que pone el fondo auditivo. Hay mucho más espacio en el colectivo, y sin que te dieras cuenta hace mucho que te sentaste. Realmente se siente como estar aterrizando. Es un muy lindo estado mental. Y por ahí se puede convertir en un lindo post para el blog también, pensás.

martes, marzo 15, 2005

Interrelación precaria

Todo lo que se puede decir es obvio.
Creemos que sólo acordamos términos y estructuras en los diferentes idiomas y formas de comunicación que usamos, pero en realidad, atrás de eso, hay también convenciones en cuanto a las formas de ser, de actuar, de pensar y de comunicarse de las personas acordadas por todos, y siempre hablamos de lo mismo y de la misma forma.

Dentro de las diferentes idiosincrasias de los grupos de personas en los que nos movemos, identificamos algunas cosas como obvias, otras como fuera de lugar, y otras como interesantes. Pero en realidad, aún dentro de nuestra propia vida, en los diferentes ambientes en los que nos desenvolvemos, esas mismas cosas pueden cambiar de categoría, y lo que en un medio era obvio, en otro es interesante, y lo que en uno es interesante, en otro es fuera de lugar.
O incluso de tan obvio algo se vuelve fuera de lugar, cerrándose un círculo dentro de lo que es la subjetividad acordada, en el que mientras nos mantengamos cerca de cierta zona vamos bien, pero a medida que nos vamos alejando es menos aceptable lo que digamos.

El acostumbramiento colectivo nos va amoldando, y usa nuestra búsqueda de aceptación social para convertirnos en seres obvios y predecibles que se comportan, hablan y piensan como esa subjetividad acordada impone que deben hacerlo.
Con nuestra marca personal, claro, pero siempre dentro de un rango bien acotado.

Planteado así, pareciera que la interacción social es un cáncer que va avanzando dentro nuestro tomándolo todo, y convirtiéndonos en seres uniformes, en robots, en Lemmings sin voluntad propia ni personalidad.
Y en parte es verdad, y si nos abstraemos de lo que somos y observamos nuestra propia evolución a través del tiempo, vemos que fuimos ganando en conocimiento acumulado y capacidad de procesamiento, pero perdiendo en espontaneidad, y la naturalidad con la que nuestra mente se movía instintivamente cuando eramos chiquitos, fue reemplazada por mecanismos automáticos de comportamiento, en los que vamos siendo cada vez menos transparentes con lo que sentimos y somos más funcionales a lo que los otros quieren ver y escuchar de nosotros.

En ese sentido es genial prestar atención a conversaciones entre nenes chiquitos, y ver lo evidente que es a lo que apuntan con cada cosa que dicen. La forma en la que, por no tener todavía bien definido un "mecanismo de conversación", se limitan a interrelacionar temas muy precariamente para forzar sus charlas y llevarlas hacia poder decir lo que tienen ganas de decir, que en general es puramente algo que necesitan expresar por exteriorizarlo nomás, y no porque pretendan conseguir algo.

Eso es linda comunicación.

Y no estoy diciendo que haya que volver a eso, porque si bien es sincero también es muy limitado, y hay una evidente relación entre mayor complejidad en las ideas y la aparición de formas de comunicación más retorcidas. Pero sí creo que habría que buscar mantener algo de esa interrelación precaria original, y tratar de que las subjetividades acordadas con nuestros diferentes grupos sociales sean más flexibles y tolerantes para con la desubicación y la obviedad, dando lugar a que no todo tenga que estar tan atado a esas estructuras rígidas que suelen formarse.

O resumiendo todo el post rimbombante en 4 palabras: ser espontáneo es alegría.

jueves, febrero 10, 2005

Ambigüedad

Las palabras nunca alcanzan, y los términos fallan una y otra vez al intentar abarcar conceptos demasiado complejos.
E incluso cuando existe una forma precisa de combinar las palabras justas para lograr comunicar esa sensación o idea de forma perfecta, somos nosotros los que fallamos y no logramos dar con esa forma.
La comunicación es imperfecta [ay qué iwakura que me comí...] y es frustrate chocar contra esa realidad continuamente.

Sin embargo, aunque la mayor parte de nuestro tiempo lidiamos con esa imperfección de nuestra mente desde el lado desventajoso y sufrido de no poder darnos a entender, llegan a veces momentos en los que quedamos del otro lado y podemos hasta disfrutar de esa limitación al verla superada.
Es cuando nos encontramos con una idea tan perfectamente comunicada y una sensación que se transmite de forma tan certera, que por un momento uno se convence de que se puede, y de que si realmente nos esforzamos por conectarnos con los demás y por dejar fluir lo que pasa por nuestra cabeza, cualquier sentimiento puede transmitirse.

Y entonces descubrimos que hay un nivel más allá de lo que conocemos, y son ideas que ni siquiera podemos pensar claramente, y que serían imposibles de poner en palabras bien concretas o de explicar de cualquier forma, pero se pueden transmitir, por más que cuando a uno le lleguen no pueda ser capaz de terminar de entenderlas.
Son sentimientos contradictorios y ambiguos que de alguna forma nos demuestran que el tratar de encasillarnos en conceptos, en direcciones, en juicios de valor y querer ver siempre las cosas como positivas o negativas, como tristes o alegres, o blancas o negras, es limitar nuestro razonamiento a una lógica demasiado elemental.

Hay una canción de Oasis que creo que es genial para ejemplificar esto que digo. El tema se llama "Fade Away", y justamente en el estribillo dice algo así como "Mientras vivíamos, los sueños que teníamos de niños desaparecieron". Toda la letra de la canción va en esa dirección depresiva de describir un momento en la vida de una persona en el que se da cuenta de que toda su vida resultó en algo completamente distinto a lo que esperaba y que ya no hay nada que pueda hacer al respecto. Y sin embargo es una canción tan tan alegre... la melodía es pegajosa como pocas, y el aura musical en general es de las más llenas de energía de esa banda.
La escucho y me llena de alegría, y no es porque no entienda la letra, de hecho me llega demasiado. Pero es que transmite a la perfección eso que digo: que hasta las ideas más deprimentes pueden resultar en alegría disfrutable. La ambigüedad de los sentimientos, y lo chata que suele ser nuestra forma de entenderlos.

Es como una sonrisa triste, como ponerse a llorar de felicidad, o como sentir la presencia de alguien a quien queremos cuando no está, y que esa sensación nos alegre por sentirlo al lado nuestro, al mismo tiempo que nos entristece por recordarnos que no lo tenemos al lado cuando quisiéramos que sí.

miércoles, enero 19, 2005

La pregunta del día

Supongamos que se levantan una mañana y durante los primeros movimientos del día [llámese vestirse, bañarse, desayunar o lo que sea que hagan] descubren que sienten cierto dolor en su espalda... es un dolor superficial, como de piel irritada.

Van hasta el baño [si es que no estaban ya ahí] o cualquiera sea el lugar de más fácil acceso en su mundo a un espejo de suficiente tamaño, y al observarse, descubren una serie de lastimaduras bastante importantes a ambos lados de la espalda. No tienen la menor idea de cómo pudieron hacerse eso, pero por su aspecto y distribución, parecieran tener la forma de dos manos... como si alguien que los tenía rodeados con sus brazos les hubiese clavado las uñas cerca de la columna y hubiera arrastrado los dedos hacia afuera.

Sólo que no son rasguños, sino heridas algo más profundas, que definitivamente van a dejar algún tipo de cicatriz.

Con el correr de los días, el episodio se repite, y cada mañana hay nuevas marcas en su espalda de aspecto similar y origen igual de desconocido...

Ahora la pregunta: ¿Qué preferirían que las haya causado?

a) Un demonio u otro tipo de espíritu maligno que llega por las noches, los sumerge en un sueño profundo del que no pueden despertarse y desgarra sus cuerpos tomándolos con fuerza con sus manecitas infernales tirando de ustedes en un intento por arrastrarlos con él a los confines de su plano espírito-demoníaco.

b) Que las heridas sean autoinfligidas, es decir que sufren algún tipo de esquizofrenia o trastorno mental, probablemente irreversible o hasta progresivo, a causa del cual pierden control de ustedes mismos mientras duermen y se lastiman arañando su propia espalda.
Queda la duda de si hacen alguna otra cosa cuando están en ese estado, y si es que les sucede eso mismo en alguna otra situación o sólo mientras deberían estar durmiendo...

viernes, enero 14, 2005

Kacikes

Supongamos que por circunstancias desafortunadas de ésas que sólo suceden en la ficción y nunca en el mundo real, terminás varado en una isla desierta.
Bueno, no, nada desierta. Ya hay otro náufrago en esa isla.
La cuestión es que este otro náufrago nos explica cómo es la cosa en la isla: Hay alimento de sobra y espacio suficiente como para que ambos convivieran por separado sin notar nunca la presencia del otro; sin embargo, él llegó primero al lugar, y tuvo la astucia de declararse propietario de la isla. Por lo tanto, nada de lo que hay allí puede ser utilizado o consumido por nosotros sin pagarle a él por lo que le estamos robando de su propiedad.
Por suerte, se trata de una persona razonable y considerada que te ofrece un trato verdaderamente generoso: si te hacés cargo de proveerle el alimento necesario y hacerle los trabajos que él requiera para que pueda vivir una vida completamente ociosa y sin preocupaciones, él te permite que dispongas de lo que hay en la isla casi con absoluta libertad.
Caso contrario, patitas en el agua, porque ya pisando la isla estarías invadiendo su propiedad.

Es lo justo ¿cierto? El llegó primero.

jueves, enero 06, 2005

Superstidiotez

Eso de no permitirse usar la palabra "suerte" por creer que sabotea nuestra idem, me parece bastante idiota, pero ok, no es grave y puedo tolerarlo.
Lo de tocar madera, con un poquito de esfuerzo quizás hasta llegaría a entenderlo como una muestra de respeto hacia no sé bien qué y aceptarlo.
La astrología me generará un desprecio extremo y no podré evitar reír de todo aquel que ose tomarla en serio, pero la verdad es que no le hace daño a nadie. O al menos no uno demasiado relevante, bah.
Y lo de las cintitas rojas, hasta puede llegar a resultarme simpático, qué sé yo... a veces quedan lindas, hay que admitirlo.

[imaginen por favor que me esforcé mucho más y los llené de ejemplos de ese tipo de supersticiones, porque estoy seguro de que hay infinitos, pero ya no se me ocurren y no le veo mucho sentido a seguir buscando...]

Ahora, esa mierda de calificar a alguien de "mufa" y enchufarle toda la responsabilidad por cada cosa poco feliz que suceda en su presencia, en mi opinión no debe estar muy lejos de calificar como la manifestación de estupidez mística más grande desde la inquisición.

En serio che, es tan ridícula y dañina esa basura que me cuesta creer que haya tanta gente dispuesta a practicarla con convicción...

Y en caso de que alguno esté pensando en aleccionarme kármicamente, y ponérseme a hablar sobre que las auras esto o aquello, y que hay gente que emana positividad y otra que deprime todo a su alrededor, los invito a ahorrar el gasto inútil de energías anticipándoles que no van a conseguir de mí otra respuesta que ésa ya famosa frase, popularizada por nuestra florecilla rockera favorita, que reza: "Orgonizame ésta"